Caminaba
por el metro algún día pensando en lo importante que había sido en mi vida
aquella noche de parranda vivida hacía apenas unas horas. El olor del mezcal
brotaba de mi lengua a cada palabra que me animaba a lanzar al viento viciado
de los túneles. Escuchaba los pasos, las voces, el llanto de un horrible niño
que parecía tener como único objetivo el impedir mi sueño. Lento, pesado,
angustiante. Mis dedos comenzaban a temblar en el vórtice del malestar de la
resaca. El sudor cubriendo mi frente y los espasmos destruyendo mi garganta. Por
un momento creí que todo estaba perdido y que mi destino se encontraba en el
suelo del sucio tren; en la podredumbre de la ignominia.
De los
resultados, que mantendré en secreto por el bien de la humanidad, debo
reconocer que no aprendí nada, absolutamente nada. Sin embargo, una vez que
hube reunido la cantidad de información suficiente logré armar el rompecabezas
del viaje en metro y súbitamente recordé algunas escenas leídas en algún libro.
Sonreí un poco.
Yo leo para
escaparme de los días y del mundo, para matar a los hombres que odio y para
asesinar al tiempo. Leo porque no todo el tiempo puedo estar bebiendo. Leo
porque no todo en la vida es salir al mundo a buscar aventuras y encontrarse
con que los pies no son tan aventureros como se pensaba. Leo porque me aburro fácilmente.
Leo. Y en esas lecturas a veces encuentro terribles torrentes de vómito infecto
de letras. En ocasiones, las más extrañas, me saltan las letras en forma de
maravillas estructurales carentes de emociones comprensibles. Alguna que otra
vez me encuentro con belleza pura, así, sin más. Como sea, siempre estoy a la
caza de eso que me saque de la rutina, del terrible sufrimiento del niño gritón
del metro. Siempre hay algo.
La escena
que recordé pertenece a un cuento largo, El
perseguidor (la historia de un saxofonista, un gran saxofonista… la
historia de días crueles en la vida de Charlie Parker.), de Julio Cortázar. Sí,
ese extraño cuentista que dicen que era argentino, que dicen que era
latinoamericano, que digo que es un francés que escribía en español y que, por
cierto, lo hacía muy bien. Sí, supongo que algunos, la mayoría, que tenga Facebook
ha leído un poco de él, ese hit que le
significa su “Capítulo 7”,
en Rayuela: “Toco tu boca, con un
dedo toco el borde de tu boca,...” Y sí, está bueno para leer cuando se quiere
agarrarle más que la mano a la novia, pero la narrativa de Cortázar no se queda
estancada ahí, en esas palabras dulzonas, en esos memes de adolescentes
enamorados.
Yo les recomiendo que lean Las armas secretas que es el libro en donde viene el cuento del saxofonista que recordé. Y para que vean que un patrañero es tremendamente
bondadoso, les pongo acá abajo un link para que se descarguen la obra completa de
Cortázar, que alguien, aún más bondadoso,
subió.
¡Lean,
patrañeros de todas las condiciones, lean!
(Piquen el ojo de Cortázar para irse a descargar sus libros)
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